19/9/2022
Unamuno y Chesterton: dos filósofos frente a la paradoja
Gabriel González Nares
Unamuno y Chesterton consideraron que los problemas modernos también están abiertos a la contemplación paradójica que no resuelve y solo observa.

El siglo XX está poblado por pensadores creativos. Dos de ellos son el inglés G. K. Chesterton y el vasco Miguel de Unamuno. Mucho tienen en común, muchas facetas comparten: ambos fueron hombres de familia, de academia, fueron egregios novelistas y amantes de la buena mesa y conversación También fallecieron en el mismo año 1936, a pesar de que Unamuno era 10 años mayor. Una faceta destaca: ambos fueron grandes maestros de la paradoja. ¿Qué significa esto? Pues que ambos vivieron el cambio de época y consideraron que los problemas modernos no sólo pueden ser asumidos desde la racionalidad, sino que también están abiertos a la contemplación paradójica que no resuelve, sino que observa. Ahora bien, ambos literatos se aproximaron a la paradoja de maneras diferentes. Mientras que Unamuno lo hace de modo introspectivo, taciturno y con melancolía, Chesterton lo hace desde la ironía, la broma y la sorpresa.

1. Maestros de la paradoja

Para saber por qué el inglés y el vasco eran maestros de la paradoja, hace falta saber qué es una paradoja. Hay varias maneras en que se puede definir una paradoja. De modo sencillo, una paradoja es una antilogia: una proposición que no sigue las reglas lógicas. Otra definición, de naturaleza etimológica, es que es lo contrario a la opinión popular, o a lo que aparece razonable al sano juicio, o sentido común. La realidad no siempre tiene que adecuarse a las reglas con las que pensamos. Nuestra vida es una aventura abierta a las sorpresas y a la otredad. No siempre sale como queremos, o como esperamos, o como pensamos que debería de ser. Y la reacción ante el absurdo sorpresivo puede ser doble: o bien lo tomamos como un encuentro agradable y risible; o bien, lo tomamos como una ocasión seria para la reflexión sobre la irracionalidad de la vida. 

En un sentido etimológico, el griego del término “paradoja” explica mucho de su naturaleza. “Para” significa “junto con”, “al lado de”, y “déchomai” significa tomar o recibir. De modo que una paradoja es una realidad que puede tomarse en dos sentidos o más. Por tener dos posibilidades o más de comprensión es ambigua. De una manera muy clásica, la paradoja es aporética, es decir: que no tiene salida inmediata, pues “aporía” viene del griego “a”, sin y el verbo “poréuomai”, caminar o avanzar. Las paradojas requieren de pausa y silencio para ser pensadas contemplativamente. No requieren de una solución inmediata, pues su fin no es dar soluciones, sino invitar a la reflexión profunda y al examen vital. Y es que la posmodernidad tiene algunos prejuicios tecnocráticos y positivistas que no facilitan la contemplación. Es decir, la visión tecnocrática impulsa a considerar que la vida humana sólo tiene problemas cotidianos que han de resolverse de manera inmediata. Rehuye de simplemente ver un problema que no tiene una solución directa. Tal problema sería inutil o sería ocioso. No produciría nada. Hace perder tiempo, esfuerzo y atención. Pero renunciar a contemplar un problema cuya solución no es inmediata es renunciar a nuestra capacidad humana de  reflexión y de poner atención a las realidades estables que no satisfacen las necesidades materiales básicas, pues contemplar es ya un ejercicio espiritual. Por otra parte, el positivismo (no confundir con optimismo) señala que lo único real es lo “expositum”,  lo que aparece a nuestros sentidos. Ante la falta de certeza sensible inmediata de las paradojas, el positivista las rehuye. El ejercicio contemplativo de la mente puede parecer demasiado fatigoso y angustiante cuando se hace sin una solución inmediata a la vista. Sin embargo, tanto el vasco como el inglés saben bien de estos prejuicios y su lectura nos prepara para hacerles frente. Contemplar la paradoja implica vencer la tentación de darle una solución razonable para que nuestro discurso interior se sienta cómodo. Requiere abrirnos a la realidad, y no acomodarla a nuestra cómoda perspectiva.  Y esto sólo se logra encarando a la paradoja con valor, tiempo y apertura a ver muchos detalles. Por eso vale la pena volver a su ejemplo, a fin de saber que se puede hacer filosofía y contemplación de paradojas en una era tecnocrática y positivista.

Tanto el inglés como el vasco fueron maestros de la paradoja. Sus vidas estuvieron llenas de estos encuentros y desencuentros con la verdad: ya fuera que ellos la encontraran como esperaban, o que ella los encontrara sin que la esperaran. A lo largo de su vida fueron nutriendo su literatura a partir de las experiencias irracionales de la vida.

La pregunta que ambos comparten es esta: ¿tiene que ser siempre racional la vida humana? ¿Estamos obligados a que nuestra vida tenga siempre sentido y que todos sus momentos sean exactamente proporcionados entre sí?

La respuesta que ambos autores dieron es que no. La vida humana está siempre abierta a las cosas improbables, al misterio y a lo sorprendente. Pero esto no significa que la experiencia de episodios irracionales o sorpresivos sea esteril, o que tenga que infundir miedo en nosotros. Al contrario, la vivencia de la paradoja puede dejar una enseñanza existencial, que lleva a tener más confianza en la vida, no como un viaje planeado, sino como una aventura llevada con humildad, abierta a encuentros que no siempre son planeados o agradables. Incluso en esos encuentros o desencuentros que parecen no tener sentido, podemos encontrárselo a nuestra vida si hacemos un esfuerzo, o si sacamos un aprendizaje de aquello.

2. Unamuno, el vasco

Don Miguel De Unamuno nació en Bilbao, el País Vasco, en 1864. Su vida estuvo llena de grandes extremos y aventuras. Fue casado, padre de familia y abuelo. En momentos de juventud fue un ferviente católico, y en su vejez se enfrentó al agnosticismo. También en su juventud fue un defensor del nacionalismo vasco, pero en su madurez defendió la integridad de España, tanto, que era catedrático de literatura española, estudioso de la filosofía y rector de la Universidad de Salamanca, la más antigua de las universidades hispánicas. Don Miguel se consideraba como un especialista en paradojas.Hizo estudios de licenciatura en Filosofía y letras en la Universidad de Madrid. Fue asiduo lector de la filosofía existencialista, sobre todo de la obra de Kierkegaard, cuyas ideas fue asumiendo en su propia literatura paulatinamente.

 En un sentido político, al final del gobierno de la Segunda República, Unamuno se debatió criticando tanto a miembros del gobierno, de tendencia de izquierda, como al bando nacional sublevado. En cierto modo coincidía con algunas de las opiniones de ambos bandos, y también criticaba otras de ellas. Al comienzo de la Guerra Civil española, el bando sublevado se acercó a él como una figura de hispanidad, pero, durante un evento universitario, el rector enfrentó a los sublevados con su famoso discurso de “venceréis, pero no convenceréis”, lo que se ganó la decepción de muchos sublevados, pero no alcanzó a volver a tener el apoyo del debilitado gobierno republicano. Unamuno murió el 31 de diciembre de 1936, año en que comenzó aquella terrible guerra. 

Quizás la paradoja más grande a la que Unamuno se enfrentó fue la de la búsqueda del sentido de la vida humana.En sus obras, como la novela Niebla, Unamuno se pregunta si acaso el ser humano sea el sueño de alguna divinidad, a la que es difícil descubrir, y a la que se le podría pedir explicaciones sobre los misterios del mundo. De este modo, piensa don Miguel que el ser humano experimenta la paradoja en su vida como una constante pregunta. Ante ella existen momentos angustiantes como la visión del posible vacío en la nada de la muerte, o en la posible ausencia de Dios, que se puede vivir en la pobreza existencial humana, o incluso el terror ante el disolverse en la nada al confrontar el momento supremo de la muerte.

Por otra parte, también aparecen en las obras de Unamuno algunos destellos positivos de esperanza. Por ejemplo, aparece el sentido moral recto de los personajes de Unamuno. Estos hombres y mujeres, ante la duda existencial, no se abandonan a los placeres o al nihilismo, sino que siguen adelante con sus vidas, apostando por un sentido que aún no alcanzan a ver, aunque con un discreto sufrimiento interior constante. También aparece el salto de fé, que, frente a las dudas, es un punto de inflexión donde la contemplación dudosa se convierte en acción, que transforma la vida y facilita el hallazgo del sentido. Se puede pensar que la respuesta unamuniana a la paradoja es la continuación con la vida ordinaria en la apuesta por el sentido. La angustia y la duda son parte de la condición humana, pero pueden ceder en cuanto la acción que transforma el mundo les responde sin palabras, y con actos concretos.

3. Chesterton, el inglés

Gilbert Keith Chesteron nació en Londres en 1874. Podemos imaginarlo como un caballero británico de clase media de la época eduardiana. Su padre se dedicaba a los bienes raíces. Su familia era de librepensadores, de estilo victoriano. Por ello, bautizaron a Gilbert bajo el rito anglicano, pero sólo por presión social y para cubrir las apariencias. En realidad, en su ambiente familiar no había grandes preocupaciones espirituales, pero sí artísticas y culturales. En su juventud, Chesterton entró a círculos ocultistas y teosóficos,al tiempo que estudiaba arte en la “Slade school of fine art”. Propiamente, Chesterton no fue un filósofo profesional como Unamuno. Sin embargo, su posterior formación como periodista y editor de libros, así como su interés por la naturaleza humana lo llevaron a interesarse por las paradojas y por las herramientas filosóficas que podía usar para contemplar mejor aquellas paradojas.

Cultivó Chesterton el periodismo y los mencionados círculos, pero su sed de encontrar la verdad no le permitía descansar. Durante un tiempo, de plano Chesterton se volvió agnóstico. Pero cuando se casó en 1901 con Frances Blogg, empezó a conocer mejor el pensamiento cristiano, gracias a su esposa. Algunos amigos convertidos al catolicismo, como el poeta Baring, o los sacerdotes O’Connor y Knox,  lo convencieron de hacer lo mismo, evento que, finalmente sucedió en 1922. Hace 100 años. A partir de entonces, el pensamiento de Chesterton abrazó a la paradoja y confrontó la modernidad hiper racionalista con una ironía fina y profunda. Así Chesteron escribió libros, comentarios, y cuentos, como la famosa serie del Padre Brown, hasta su muerte en 1936. 

En la obra del inglés la paradoja aparece como sorpresa, chiste y pragmatismo. Esto es un reflejo del encuentro de cosas inesperadas en su vida. Todo autor pone en su literatura tintes autobiográficos. La paradoja no tiene por qué ser angustiante, sino que puede ser vista como una puerta de salida de nuestra mente para mostrarnos que el mundo no es como nosotros lo pensamos. La realidad no tiene por qué adaptarse a lo que a nosotros nos parece racional, pues nuestra capacidad de pensar es limitada, y es sólo una parte de una realidad mucho más rica y extensa. De este modo la paradoja nos saca de nuestro ensimismamiento narcisista. Nos despierta de un sueño racionalista y nos muestra que la realidad es libre de nuestra mentalidad. Por eso la paradoja es liberadora, porque puede romper las cadenas de nuestra propia mente. Por eso toma la forma de chiste o de acción risible, porque la risa es el efecto ante el sin sentido que muestra como “insight” un aspecto de la realidad medio oculto por el velo de nuestra racionalidad limitada. Encontrar la paradoja en el camino de nuestra vida puede ser un momento risible y liberador. Por otra parte, también tiene un lado pragmático porque, luego del encuentro y del despertar del sueño racionalista a causa de la paradoja, se siguen las acciones concretas que se pueden mejorar en nuestra vida porque la paradoja nos las ha mostrado.

De este modo la paradoja, según Chesterton, no es necesariamente sufrimiento, sino que es experiencia risible, y muestra los “puntos ciegos” que, por nuestra racionalidad, no vemos, y nos lleva a cambiarlos.

4. Los ejemplos sacerdotales: el padre Manuel Bueno y el padre Brown

Tanto el vasco como el inglés desarrollaron, cada uno, un personaje que encarna muy bien su actitud ante la paradoja. Ambos personajes son sacerdotes católicos. Uno es el español padre Manuel Bueno, cura de la imaginaria villa de Valverde de Lucerna. El otro es el inglés padre Brown, párroco de Cabhole, en Essex, y detective. La comparación entre ambas figuras puede servirnos como conclusión sobre los modos complementarios en que los autoras recuperan la paradoja como central en la vida humana frente a los retos de la modernidad.

El sacerdote español, que aparece en la novela San Manuel Bueno, mártir, es un párroco bueno y ejemplo de moralidad, pero grave y silencioso. Tiene buenas acciones: funda colegios, ayuda a los pobres, pero interiormente duda de la existencia de Dios. Esta disonancia en su vida lo hace sufrir profundamente. Sin embargo, esto no impide que siga con sus buenas acciones.

Don Manuel tiene en el fondo de su corazón una reserva de esperanza, que le lleva  a hacer acciones buenas. Pero el sufrimiento persiste en su alma, porque no puede obtener certeza de la existencia de Dios. Así, su vida es profundamente contemplativa y asume el sufrimiento humano, lleno de dudas e incertidumbre, pero conserva la esperanza y la convierte en acciones.

Por otra parte, el Padre Brown es llamativo por su aparente ingenuidad. Sin embargo, por ser confesor consumado, el padre Brown conoce profundamente el corazón y la mente humanas. Es por eso que sabe que lo racional no es el único lenguaje que asume la naturaleza humana. Por eso el padre Brown es tan familiar con las sorpresas y hace cosas que parecen tan irracionales como arrojar sopa al techo, caminar y hablar con un ladrón, o poner atención a los pasos de los meseros. Al final de cuentas, estas acciones pudieron ser útiles para resolver misterios, aunque no fueran evidentes al principio.

El mismo padre Brown es un ejemplo de serenidad porque su vida y su acción están abiertas a la sorpresa. No se deja atacar por la incertidumbre, porque asume que hay realidades que no se conocen de manera inmediata.

Así, ambos sacerdotes muestran los dos modos en que los dos autores se acercan de manera diferente y complementaria a la paradoja. Seguramente lo mejor que podemos hacer para aprender de ellos es leer sus obras.

Gabriel González Nares
Filósofo
Licenciado en filosofía por la Universidad Panamericana. Profesor de la mencionada universidad en la modalidad abierta de las materias de Antropología Teológica I y Teología. Su interés se centra en la metafísica y la dialéctica de la Edad Media.