10/5/2021
Excavaciones sobre la tristeza
Juan Granados Valdéz
Si de un análisis fenomenológico se tratara, resultaría necesario deshacerse de todo prejuicio, postura previa. Pero ¿es posible?

1

Sobre la tristeza quisiera ensayar algunas reflexiones. Si de un análisis fenomenológico se tratara, resultaría necesario deshacerse de todo prejuicio, postura previa. Pero ¿es posible? En “Unas gotas de fenomenología”, en su libro La deshumanización del arte, Ortega y Gasset propone imaginar un caso, la muerte de cierto varón, y a cuatro posibles espectadores: la esposa, el médico, el periodista y el pintor. Ninguno atiende lo acaecido de la misma manera. Cada uno mira con sus propios ojos: los de la esposa, que encarna el dolor, que no puede desentenderse del hecho; los del médico, para quien la profesión está de por medio; los del periodista, que está ahí por trabajo; y los del pintor, el artista, que, como tal, conducido por razones misteriosas, ve y ya, para, quizás, pintar o dedicar un lienzo a la muerte de dicho varón. Los cuatro espectadores lo son desde lo que son, y parafraseando a Ortega, y no son sino ellos y su circunstancia: ser esposa, ser médico, ser periodista, ser pintor. Querer reflexionar y hablar, entonces, de algo denota hablar desde la circunstancia propia que contiene prejuicios, muchos de los cuales son inidentificables. Se es lo que se es y ya, y se habla desde los propios prejuicios.

¿Quién no ha estado triste?, ¿quién no se ha sentido invadido por el sentimiento (o la emoción) de la tristeza?Supóngase que la tristeza es un sentimiento muy humano y que todos los hombres, por lo menos, alguna vez en su vida la han sentido. Si es así la experiencia o la reflexión que hace quien esto escribe sobre su tristeza, es una reflexión sobre la tristeza de todos, porque nada humano le es ajeno.

Decía Unamuno que quería hablar del hombre, y como el hombre que más tenía a la mano era él mismo, hablaba de sí. Y al hablar de sí, hablaba de todos, pero de todos los hombres de carne y hueso, no de ese género abstracto hombre, bandera de barberos y académicos. De lo que quiero reflexionar y hablar es,pues, de la tristeza del hombre concreto, de carne y hueso; de la tristeza que sólo cada hombre y no el hombre puede sentir.

Aclarado lo anterior, aún resta algo por decir. Este ensayo, y, creo, las razones no son importantes, tendrá una estructura fragmentaria. Cada fragmento es un vestigio, una pista. No es posible agotar el asunto, no ahora, no en un ensayo. Lo encontrado será, apenas, el producto de la primera excavación.

 

2

Cuando se trata la tristeza, se le trata como una enfermedad, anímica o física. Se la entiende como infirmitas, como falta de firmeza de ánimo, como ausencia de las fuerzas vitales o corporales. Se la ve como un trastorno psiquiátrico, uno delos más antiguos. Con el advenimiento de la biopsiquiatría y la farmacología, la tristeza deviene una patología más, tratable a base de medicamentos, los antidepresivos. La definición médica de tristeza que reza algo así: “cualquier trastorno del humor que provoca una disminución en el rendimiento del trabajo o que limita la actividad vital habitual, sea cual sea la causa”, está en función del desempeño diario, de la competitividad del ser humano. La definición presupone los estándares de calidad de trabajo de la sociedad capitalista y unidimensional. Si se trabaja al ritmo requerido no se está triste, si no, sí. Ora et labora, decía Benito de Nursia en su Regla. La actividad o el trabajo y la oración, es decir, la ocupación fungía como acicate contra la tristeza. Decía el fundador de los Benedictinos que ésta venía de no hacer nada, de sólo pensar en lo que ya no es y en lo que aún no es. Hoy todo el mundo está ocupado, pero la tristeza sigue. El trabajo no la evita, sino que la supone y la alimenta. La oración ya no parece importar mucho. Quizás, a lo más, la meditación, actividad terapéutica de origen oriental. Se prefiere, pues, meditar, pero no cómo aplicarse con profunda atención a la consideración de algo, sino para aniquilar la conciencia. Con todo, la tristeza puede ser sólo una enfermedad.

Tristeza viene del latín tristitia, cuyo significado era aflicción, pesadumbre y melancolía. El afligido se siente molesto, preocupado, inquieto; el apesadumbrado siente desazón, pesar. El apesadumbrado siente desazón porque siente disgusto (fastidio, tedio), desabrimiento, insipidez o falta de sabor. La tristeza también tiene que ver, entonces, con la amargura (aflicción o disgusto) y la congoja que se entiende como desmayo, fatiga, angustia y aflicción de ánimo. La angustia es la pena (aflicción, gran sentimiento) de verse ausente de la patria o de los deudos o de los amigos, o la tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida. La tristeza también guarda relación con el desconsuelo (aflicción, angustia por falta de consuelo, desfallecimiento), la desdicha (desgracia), el quebranto (decaimiento, falta de fuerza), la tribulación (pena, congoja, tormento o aflicción moral) y el abatimiento (sin ánimo, fuerzas o vigor). Por esta vía las palabras sólo remiten a más palabras. Y he aquí otras dos: depresión y melancolía.

 La depresión (del latín de y premere o depressus: oprimir hacia abajo) se define como el síndrome caracterizado por una tristeza profunda y por la inhibición de las funciones psíquicas, a veces con trastornos neurovegetativos. El uso del término se remonta hasta el siglo XVIII con Richard Blackmore, poeta y médico de GuillermoIII de Inglaterra, que habla de “estar deprimido en profunda tristeza y melancolía” (1725). En 1764 Robert Whytt habla de la “depresión mental”. La melancolía o bilis (gr. kolè) negra (gr. melas) o atrabilis se define como “tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre quien la padece gusto ni diversión en nada”. Hipócrates desarrolló la teoría de los cuatro humores. Su exceso o defecto provocaba cierto comportamiento y daba el tipo de temperamento de un individuo: a mucha sangre, sanguíneo o emocional; a mucha flema, flemáticos o equilibrados; a mucha bilis, coléricos o irascibles y a mucha bilis negra, melancólicos o apáticos o tristes. El temperamento es la peculiaridad individual. El que nos interesa, el melancólico, se caracteriza por ser sensible, poco reactivo y con tendencia al pesimismo y la pasividad. Los dos síntomas que la caracterizan, cuando de ser un temperamento se vuelve una enfermedad, son el miedo y la tristeza. Dice Hipócrates que “si el miedo y la tristeza se prolongan, es melancolía” (Aforismos 6, 23). Areteo de Capadocia, médico romano del s. I, describe la melancolía como la frialdad de ánimo, la obsesión con un pensamiento y la tendencia a la tristeza y la pesadumbre.

 Durante la Edad Media se gestan muchos de los simbolismos actuales de la melancolía, como la relación que guarda con Saturno. Este dios podía otorgar poder y gloria, pero a costa de la felicidad. Aparecerán por estas fechas los saturninos. Pedro Pablo Rubens y Goya pintaron a Saturno (Cronos) “devorando a sus hijos”. Leonardo da Vinci, artista e ingeniero, ilustró la teoría hipocrática de los cuatro humores en uno de sus tantos dibujos. Constantino el Africano definirá la tristeza como “la pérdida del ser amado”. La Tristitia era considerada un pecado desde Evagrio. Fue subsumida después en la acedia o negligencia o desidia. En el Renacimiento se propuso una descripción aristotélica del temperamento melancólico y su relación con el genio artístico. Marsilio Ficino, médico y filósofo florentino neoplatónico del siglo XV, fundador de la Academia Platónica de Florencia, analizó la obra de Aristóteles (Problemata XXX) desde la melancolía y propuso que las personas con una mayor cantidad de bilis negra poseen dotes especiales para la creación artística. En el siglo XVII en Inglaterra se desata un curioso culto a la melancolía. El hombre melancólico, visto como una molestia y un peligro, tiene su máximo exponente en Hamlet, el“danés melancólico”, de Shakespeare. Durante el romanticismo se dio un fenómeno similar, aunque no con el mismo nombre, en trabajos tales como Las cuitas del joven Werther de Goethe. En la música, el culto a la melancolía está asociado con John Dowland, cuyo lema era Semper Dowland, semper dolens.Y la historia puede seguir. Al margen de las definiciones etimológicas,descriptivas, médicas y el aprecio que por la tristeza o la melancolía se tuvo en ciertas épocas, nada nuevo se ha dicho de ella.

 

3

George Steiner, en su libro Diez (posibles) razones de la tristeza del pensamiento, propone, a partir de una cita de Schelling, “Esta es la tristeza que se adhiere a toda vida mortal […] que […] nunca llega a la realidad”[1], diez razones por las cuales el pensamiento, en sí mismo, en tanto que existe, y en su actividad, es triste, esto es, supone tristeza. Todas las razones suponen paradojas. Nuestros pensamientos son nuestra propiedad más preciada, lo que nos personaliza, no obstante, ya han sido pensados, son pensamientos de todos; el pensamiento es infinito y finito a un tiempo; nadie sabe qué piensan los otros, no se puede estar seguro de que senos dice la verdad y algunos pensamientos son intraducibles a palabras, quedan perdidos. Óscar de la Borbolla en su Filosofía para inconformes señala, un tanto irónicamente, que cuando cae, prefiere irse de cabeza, que no de nalgas o rodillas. La razón es sencilla: mientras que éstas cumplen su función, la cabeza le ha traído, o nos ha traído, más problemas que los que ha solucionado. He aquí una razón más para la tristeza del pensamiento.

“Cuando pienso en Ortega vuelve a mis ojos su figura tal como la vi aquella tarde, hablando, callando, en sus ademanes, en su hidalguía, su soledad, su ingenuidad, su tristeza, su múltiple saber y su cautivante ironía”[2], dice Heidegger en sus Encuentros con Ortega y Gasset, escrito en mayo de 1956. Heidegger sabe la razón de esa tristeza que reconoce en Ortega y líneas antes la refiere:

Una de las noches siguientes volví a encontrarle con ocasión de una fiesta en el jardín de la casa del arquitecto municipal. En hora avanzada iba yo dando una vuelta por el jardín, cuando topé a Ortega solo, con su gran sombrero puesto, sentado en el césped con un vaso devino en la mano. Parecía hallarse deprimido. Me hizo una seña y me senté junto a él, no sólo por cortesía, sino porque me cautivaba también la gran tristeza que emanaba de su figura espiritual. Pronto se hizo patente el motivo de su tristeza. Ortega estaba desesperado por la impotencia del pensar frente a los poderes del mundo contemporáneo. Pero se desprendía también de él al mismo tiempo una sensación de aislamiento que no podía ser producida por circunstancias externas[3].

 Heidegger encuentra a Ortega deprimido. Emanaba de él tristeza, dice. La razón o el motivo de ella era “la impotencia del pensar frente a los poderes del mundo contemporáneo”[4]. El pensamiento, en otras palabras, es impotente ante o frente al mundo y sus poderes. Y esa es una razón importante para estar triste. ¿Con qué objeto o para qué pensar, si nada cambia?, ¿acaso el pensamiento aún tiene cabida en el mundo de hoy? Si bien puede aceptarse que el pensamiento ha configurado el destino del mundo, como aún se dice de las ideas, productos del pensamiento, de la Revolución francesa  que emanaron de la Ilustración, corriente de pensamiento,  y que perduran y dieron rumbo a la civilización occidental, también ha de aceptarse que el mundo ya no necesita del pensamiento, y menos del profundo o sublime. Ha de aceptarse que en la actualidad imperan la razón instrumental, el cálculo o la opinión subjetivista, la de cada uno. El pensar, así, como si fuese autónomo, un ente distinto de los hombres, objetivo y universal ha muerto en las garras afiladas de la técnica y de la política, ambas, pero más ésta, productos del reino de la mentira. Confundir la verdad con la utilidad es la definición de mentira, señala Ortega en la introducción al primer tomo de su proyecto El Espectador.

Puede pensarse la razón aducida por Heidegger para la tristeza de Ortega, en un giro interpretativo, no como la causa o el motivo, sino como la definición de tristeza. Ésta es un sentimiento. A éste lo antecede una sensación. ¿Qué sensación es esa que genera el sentimiento de tristeza? La impotencia. Se siente impotencia, porque se siente, se sabe. Los “poderes del mundo” son los hechos, así, en pasado, porque todo hecho es pasado; son los hechos inevitables del mundo, hechos contrarios a lo que se desea. Nada puede hacerse contra ellos. Ya fueron. De ahí la impotencia y, más aún, la incapacidad, es decir, la imposibilidad de hacer más nada. La impotencia de sensación se vuelve sentimiento porque cada sentido, cada poro y cada fibra del hombre concreto, el de carne y hueso, siente y resiente la impotencia ante lo inevitable de los hechos. Steiner confirma la impresión de Heidegger con respecto a Ortega. El pensamiento es impotente ante los poderes del mundo, ante lo inevitable de los hechos, ante el tiempo. Queda clara la relación con Saturno, o Cronos, el titán del tiempo, desarrollada en la Edad Media y continuada en el Renacimiento. Tristeza y tiempo conviven.

 

4

En su cuento titulado La tristeza narra Anton Chejov que un hombre, Yona, espera a que lo contraten. Sentado, con su caballo, soporta la intempestiva nieve que los cubre. Los dos eran de campo. Los dos, por mor la vida, están en la ciudad, ese infierno de agitación, ruido y angustia.

Su caballo está también blanco e inmóvil. Por su inmovilidad, por las líneas rígidas de su cuerpo, por la tiesura de palos de sus patas, parece, aun mirado de cerca, un caballo de dulce de los que se les compran a los chiquillos por un copec. Hállase sumido en sus reflexiones: un hombre o un caballo, arrancados del trabajo campestre y lanzados al infierno de una gran ciudad, como Yona y su caballo, están siempre entregados a tristes pensamientos. Es demasiado grande la diferencia entre la apacible vida rústica y la vida agitada, toda ruido y angustia, de las ciudades relumbrantes de luces[5].

 Hombre y caballo, en la ciudad, ese infierno, se entregan “a tristes pensamientos”. El pensamiento, de por sí, ya era triste. La ciudad estimula la tristeza. No se diga ya ciudad, sino mundo. El mundo, ruidoso y agitado, ante un hombre triste, se vuelve silencioso y pasivo, en un mal sentido. Fatiga el corazón. Nadie escucha. La gente tiene prisa, pasa sin verlo, sin fijarse en él. Yona sólo quiere contar, desahogarse, liberar esa tristeza que lo aprisiona, pero no puede.

Torna a quedarse solo con su caballo. La tristeza invade de nuevo, más dura, más cruel, su fatigado corazón. Observa a la multitud que pasa por la calle, como buscando entre los miles de transeúntes alguien que quiera escucharle. Pero la gente parece tener prisa y pasa sin fijarse en él.

Su tristeza a cada momento es más intensa. Enorme, infinita, si pudiera salir de su pecho inundaría al mundo entero[6].

 

La tristeza también es soledad,vacío, silencio, incapacidad o impotencia de liberar o de decir, porque el mundo lo impide. Porque los hombres lo impiden, porque todos son mundo.

Yona exhala un suspiro. Experimenta una necesidad imperiosa, irresistible, de hablar de su desgracia. Casi ha transcurrido una semana desde la muerte de su hijo; pero no ha tenido aún ocasión de hablar de ella con una persona de corazón. Quisiera hablar de ella largamente, contarla con todos sus detalles. Necesita referir cómo enfermó su hijo, lo que ha sufrido, las palabras que ha pronunciado al morir. Quisiera también referir cómo ha sido el entierro... Su difunto hijo ha dejado en la aldea una niña de la que también quisiera hablar. ¡Tiene tantas cosas que contar! ¡Qué no daría él por encontrar alguien que se prestase a escucharlo, sacudiendo compasivamente la cabeza, suspirando, compadeciéndolo! [7]

 

Jorge Manrique (1440-1479) en sus Coplas a la muerte de su padre lo expresa inmejorablemente:

I

Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
  contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
  tan callando;
  cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
  da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
fue mejor
.

II

Pues si vemos lo presente
cómo en un punto s'es ido
  e acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo non venido
  por passado.
  Non se engañe nadi, no,
pensando que ha de durar
  lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de passar
  por tal manera[8].

 

5

Estos hechos pueden ser terribles, contrarios a todo lo esperado y pensado, como parece que le sucede al personaje del cuento de Chejov, a Ortega, según Heidegger y a Manrique. Pero también pudieron ser maravillosos, soñados, insuperables. Y he aquí el punto: la tristeza viene de la incapacidad anímica de superar los hechos, buenos o malos.

 


[1] Steiner, G. 2007, Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento, México: Fondo de Cultura Económica/Siruela. pág. 5.

[2] Heidegger, M. “Encuentros con Ortega y Gasset” en http://www.heideggeriana.com.ar/textos/ortega_y_gasset.htm

[3] Heidegger, M. “Encuentros con Ortega y Gasset” en http://www.heideggeriana.com.ar/textos/ortega_y_gasset.htm

[4] Heidegger, M. “Encuentros con Ortega y Gasset” en http://www.heideggeriana.com.ar/textos/ortega_y_gasset.htm

[5] Chejov, A. “La tristeza” en https://www.yaconic.com/la-tristeza-chejov/

[6] Chejov, A. “La tristeza” en https://www.yaconic.com/la-tristeza-chejov/

[7] Chejov, A. “La tristeza” en https://www.yaconic.com/la-tristeza-chejov/

[8] Manrique, J. Coplas a la muerte de su padre. De Poesía, Madrid: Biblioteca clásica de la RAE, pág. 48.