22/8/2022
El logos en la sangre: Apuntes sobre Florenski (Tercera Parte)
Juan Rosado Calderón
La estructura extática de la persona y el martirio indican un sentido del logos como servicio. El servicio del mártir es el servicio del logos.
Tercera parte del post "El logos en la sangre". Véanse Primera Parte y Segunda Parte.

La estructura extática de la persona que hace concebible al martirio, y viceversa, el martirio como la mayor posibilidad extática de la persona, ambas categorías indican un sentido del logos como servicio. El mártir es quien sirve, y su servicio es el servicio del logos, un servicio racional para el mundo, solo que vertido en el propio cuerpo y en la propia sangre.

El servicio lógico del mártir tiene la forma de un envío desde un modo de ser trascendente, superior por tanto, hasta aquel a quien se testimonia (al testigo del testigo, y a la colectividad entera) para que este último crezca, también él fecundado por la verdad trascendente del mártir. Hay, entonces, una proximidad ontológica entre la persona y la palabra; para Florenski, la palabra no es solo una función indispensable y distintiva del ser humano, sino que el hombre como tal es palabra y es un ser enriquecido ante todo por la palabra [17]. El carácter lógico de la persona coincide, pues, con su ser servicial en lo que tiene de apertura para otro: “La palabra es el hombre mismo, en el aspecto de la autoexpresión hacia el exterior, en el aspecto de la acción del hombre (…). En la medida en que el hombre se despliega a sí mismo en su energía espiritual es como adquiere un ser para los otros y para sí mismo” [18]. Pero la persona es palabra no solo por su carácter de envío servicial, no solo por venir-de e ir-hacia, sino más aún, por su fecundidad, por la capacidad que hay en él de penetrar hasta el corazón de otro hombre y de nacer allí de nuevo recreando a quien lo acoge. La persona, si es relacional (y para que el martirio tenga una relevancia ontológica no accidental, lo relacional no puede ser tampoco un accidente), no empieza en sí misma, sino desde la vida que otro inicia en él. “Entrando con mi palabra en otra persona abro en ella un proceso nuevo para esa persona”[19].

El hombre es palabra encarnada en otro, que le hace nacer en ese otro para que éste, a su vez, viva una vida que es la comunicación de otro, el verbalizarse del otro. De este modo, puede hacerse sostenible la célebre forma de la Verdad sugerida por Florenski en La columna: “la Verdad es la contemplación de Sí mismo por medio de Otro en el Tercero” [20], forma mística ésta tan trinitaria como martirial. 

Para quien acoge el testimonio del mártir, “su palabra no es suya”, sino la del mártir que habita en él, y la palabra martirial de la sangre se enlaza con su propia experiencia verificándola en un sentido, mostrando su justicia. Por eso, delante de la crisis histórica, la exigencia está en saber responder no con lo primer impulso reactivo que se tenga a mano, ni siquiera con una comprensión sobresaliente, sino con la universalidad del corazón, alcanzable mediante la memoria del testigo, haciendo memoria de su sangre y sabiéndose hijo espiritual del mártir. También a nivel formal cabe comprender que el mártir es un representante del hombre ante el mundo, porque quienes lo contemplan pueden reecontrarse en él, pueden decirse a sí mismos en el testigo y en su sangre como en la más alta de las lenguas. O sea, el mártir es capaz de comunicar porque, siendo emblema de la Verdad, ocupa el puesto de aquellos a los que testimonia y realiza en su carne, padeciéndolas, las aspiraciones escondidas de quienes lo contemplan

El testigo se presenta, pues, ante el mundo, como emisario de la Verdad, diciendo que el camino de la Verdad es posible. Y aquí el anuncio de la Verdad llega a ser idéntico con la Verdad anunciada, el modo de manifestar lleva consigo algo de la Verdad manifestada. “La verdad manifestada es el amor; el amor realizado es la belleza” [21]. Este es sólo un preámbulo del carácter ontológico y gnoseológico del martirio, al que Florenski dedicó un escrito de antropodicea [22]. Para nosotros, lectores de Florenski, significa en cambio una posibilidad de lectura de su teodicea, que habrá de volver de nuevo sobre su antropodicea [23]. En el martirio está la Verdad justificándose a sí misma, está la luz inefable de la Verdad, y su rango gnoseológico es el mismo de la Verdad racional, como realidad concreta infinita cuyo reconocimiento se traduce en makaría, en bienaventuranza. 

Precisamente como preámbulo, como invitación a la escucha de Florenski, podemos concluir con uno de los aspectos – no el único, ciertamente – más sorprendentes de la teoría florenskiana sobre el martirio, precisamente la que atañe al servicio racional. Florenski retoma la exhortación paulina de ofrecer el cuerpo en sacrificio vivo como culto racional (Rm 12, 1), advirtiendo que, efectivamente, el darse a sí mismo en sacrificio es un servicio racional y que justamente eso conlleva la metanoia, la conversión de la mente. El sacrificio no es una acción coherente pero añadida exteriormente al Logos al que uno apunta con el pensamiento. El sacrificio es el Logos encarnado mismo al que el pensamiento aspira. O sea, el cuerpo sacrificado no puede ser una derivada consecuente de la idea, y el mártir no muere por la idea.  Dice, en efecto Florenski, en un pasaje extraordinario: “No es la sangre la que confirma las palabras, como un añadido exterior a ellas, sino que las palabras dilucidan la sangre, estando ya interiormente contenidas en ella. No es que primero vengan las palabras, y en segundo lugar la sangre; lo que se da es sencillamente la sangre, en la cual están las palabras y de la cual, como un vaho, se exhala la confesión” [24]. Afirmación ésta que nos hace posible a nosotros, como ha dicho recientemente el filósofo francés Martin Steffens, vivir “ya aquí abajo la reconciliación del espíritu y la carne, del alma y del cuerpo, en fin: del sentido y de la sangre” [25]

[17] P. Florenski, La columna y el fundamento de la verdad, p. 216. 

[18] P. Florenskij, Filosofia del culto., p. 579.

[19] P. Florenskij, Il valore magico de la parola, Medusa (2003), p. 71.

[20] P. Florenski, La columna y el fundamento de la verdad, p. 73.

[21] P. Florenski, Ibid., p. 95.

[22] Los testigos, en P. Florenskij, Filosofía del culto, p.495.

[23] Sobre la complementariedad de Antropodicea y Teodicea, ver F. J. López Sáez, La belleza, memoria de la resurrección, Monte Carmelo, Burgos 2008. 

[24] P. Florenskij, Filosofía del culto, p. 509.

[25] M. Steffens, Nada más que el amor. Indicadores para el martirio que viene, Encuentro (Madrid 2017), p. 74.