8/10/2021
Entrevista: Hacia un ejercicio humanista de la economía
Daniel Lacalle
El capitalismo es solidaridad. No existe, no puede existir un sistema capitalista que sea insolidario o que funcione sin solidaridad.

Entrevista realizada por: Juan Pablo Martínez Martínez

Hablamos con Daniel Lacalle, Doctor en Economía, profesor de Economía Global y Finanzas, además de gestor de fondos de inversión, sobre las claves de la economía actual y los presupuestos antropológicos que mueven a los sistemas económicos preponderantes en nuestras sociedades

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  1. ¿Cuál es el concepto de hombre que subyace en el llamado liberalismo económico? 


El concepto de hombre que subyace en el liberalismo económico es el del individuo libre y responsable. El aspecto más reseñable del liberalismo es que entiende la naturaleza humana de un modo positivo, a saber: que los seres humanos cuando tenemos la oportunidad de decidir libremente conseguimos el mayor beneficio para la comunidad precisamente fortaleciendo la acción humana y el libre albedrío y con ello  la responsabilidad del hombre. 

 

  1. ¿Hasta qué punto la libertad humana puede influir hoy en el desarrollo y crecimiento en los sistemas económicos actuales?


Primero, hay que erradicar la percepción social de que la economía sea una especie de monstruo. La economía no es un monstruo ni un ser único. De hecho, la formulación de esta pregunta da cuenta del hecho de que existe hoy una identificación equivocada entre la política económica y la economía. La política económica y la economía no son lo mismo.  La política económica es precisamente política, mientras que la economía es una ciencia. 


Por otra parte, debo subrayar que los seres humanos influenciamos en todo en la economía. La idea de que la economía se mueve con independencia de los seres humanos está basada en el concepto de que la economía debería solamente funcionar en un sentido: el marcado por los políticos. Pero a este respecto la economía no deja de ser la unión de los incentivos y los desincentivos que cada uno de nosotros como ciudadanos tenemos. 


En este sentido, la concepción que se ha formado socialmente según la cual los políticos manejan la economía es en sí misma cómoda, pero falsa. Cómoda, porque uno puede forjarse para sí mismo la impresión de que ante la realidad económica no se puede hacer nada al ser cosa de los políticos. Falsa, porque de hecho incluso los políticos funcionan también con los incentivos que reciben de sus votantes. 




  1. Como usted ha señalado antes, existen dos afirmaciones basadas en una percepción social que se repiten de forma continua en el discurso público: la política gobierna la economía y la economía maneja a los políticos. ¿Hasta qué punto ambas responden a la realidad? 


No se puede decir ni que la política gobierne a la economía ni tampoco que la economía maneje a los políticos. Ambas proposiciones no son ciertas, entre otras cosas, porque la economía no es una cosa, un ente que tenga un objetivo externo, una intención trascendente a los fines de las personas que la ejercen. Es más, como he señalado antes, es una ciencia, al estilo de la física. En este sentido, la economía no maneja nada.  Y, a este respecto, si no atribuimos a la física el poder de gobernar el mundo, con mucho menos motivo podemos atribuir a la economía un poder entitativo opaco y oculto cuyos intereses se contraponen secreta y perversamente a los intereses de los individuos.


En este punto quiero reseñar el aspecto falaz del discurso público actual, cuyo presupuesto fundamental está basado en la asunción de que existe una mano invisible (de naturaleza económica) que mueve todos los hilos y que es culpable de todos los males y que, por otra parte, no es responsable de ninguno de los bienes. Constituye una manía muy peculiar de España y los países de América Latina el hecho de echarle la culpa de todos los males sociales a un ente abstracto que ni siquiera puedes definir y tampoco contextualizar. Se trata de una especie de Satán inventado, al que unos llaman la economía, otros el capital,.... No es esto sino una invención que hace muy cómodo el surgimiento del populismo, porque éste (el populismo) constituye no otra cosa sino un intento de simplificar al máximo la comprensión de todas las cosas para favorecer con ello concepciones unilateralistas de la realidad política, entre las que se encuentran las políticas socialistas, que se arrogan a sí misma la capacidad de corregir de forma justa los defectos del mal llamado monstruo de la  “economía”.   


  1. Hoy en día se da una creencia muy extendida de que toda sociedad que quiera llamarse avanzada ha de tender necesariamente a la creación del llamado Estado del Bienestar. ¿Hasta qué punto esto es un mito o una realidad que ha de proponerse como tarea?, ¿debe proponerse la economía como objetivo primordial y prioritario generar ese Estado del Bienestar? 


Repito que la economía es una ciencia. Y,  en este sentido, el capitalismo que surge como concepción del ejercicio científico de la economía es el único sistema económico que maximiza el bienestar de los ciudadanos con los recursos que existen, porque constituye el sistema de asignación de recursos más efectivo posible. Así pues, el capitalismo es el Estado del Bienestar. No existe Estado del Bienestar fuera del capitalismo. Esto es, no existe ninguna sociedad que tenga un Estado del Bienestar real que no sea capitalista. Y ello debido al hecho de que solo existen dos modelos de sociedad: uno basado en los beneficios y otro basado en las pérdidas. No hay más. 


Si implementas un modelo de sociedad basado en las pérdidas no existe el bienestar para los ciudadanos. Lo que se da entonces es la miseria muy bien repartida. Si, en cambio, implementas el modelo de sociedad basado en los beneficios, puedes colectivamente y gracias a la decisión libre de los individuos optar a que parte de los beneficios se distribuyan en un Estado que reparta teniendo en cuenta a las clases más desfavorecidas. 


Pero si no cuentas primero con la creación de riqueza y la creación de beneficios, el Estado del Bienestar no existe. Igual que en una familia, el agente económico más social de todos, tú no puedes decidir dar a tus hijos una educación, alimento, y abrigo si primero no estás generando los recursos y la riqueza necesarios para que subsistan. De hecho, en la familia suele haber una o más personas que generan recursos y el resto los consumen. Y los consumen por la decisión consciente de aquellos miembros de la familia que generan recursos de utilizar parte de ellos para proteger a los más débiles. Eso es puro capitalismo. No existe otro sistema que pueda hacer eso. 


De hecho, como bien se puede observar, no existe ningún sistema que no sea capitalista que tenga Estado del Bienestar. No hay nadie que viva peor que los ciudadanos en Cuba, en Corea del Norte o en Venezuela. En ellos, se da la miseria más absoluta y más abyecta. 


  1. Podríamos decir que hoy la separación entre el lenguaje económico y el lenguaje de la calle es casi un hecho. Incluso esa separación queda ya reflejada en el abismo que se ha abierto entre la compleja realidad económica y la realidad cotidiana que nos circunda. ¿Podría darnos algunas claves sencillas para que hoy la gente de a pie entienda los derroteros por los cuales se desenvuelve la economía actual y no los perciba desde la óptica de una injusticia permanente? 


La separación entre el lenguaje de la calle y el lenguaje económico no es un hecho. Es más, es algo que resulta falso. De hecho, el sentido latente de dicha frase es señalar o apuntar que la economía no nos permite venderle a la gente que dos más dos suman veintidós, que es lo que pretenden hacer el socialismo y el populismo. 


El socialismo y el populismo parten de la base de que todo es ilimitado y que lo único que hay que hacer es repartir una riqueza que ya existe. Sin embargo, lo que niegan tanto el socialismo como el populismo es que el estado natural del ser humano no es la riqueza. Es más, el estado natural del ser humano es la pobreza, y no solo la pobreza, sino la pobreza más abyecta.


Y además,  la única manera posible de salir de esa pobreza es creando riqueza. La riqueza no constituye algo innato, no es algo dado. La riqueza se ha creado y se crea. De hecho, para poder repartir parte de la riqueza, hay que sumergirse en la tarea de crearla. En el momento en que tú rompes esa ecuación, conduces directamente a todo el mundo hacia la miseria más absoluta. Es lo que ocurre en todos los ejemplos de socialismo. 


Aún más, el socialismo, para poder vender la idea imposible de que el problema social está en la repartición justa e igualitaria de los recursos, tiene que vender la idea de que la riqueza es una especie de mina inagotable de la que se puede disponer ilimitadamente. 


En contraste, lo que nos muestra el capitalismo, en primer lugar, es que la riqueza hay que crearla y hay que crearla constantemente. En segundo lugar, lo que nos enseña el capitalismo es que la redistribución perfecta de la riqueza es imposible por la sencilla razón de que la riqueza no es una tarta (una realidad estática) que se divide en partes exactas e iguales, sino más bien constituye una realidad que hay que ir creando y tomando con ella decisiones colectivas fundamentadas en opciones personales y libres que tengan como fin favorecer a los más desfavorecidos. 


Por otra parte, resulta imposible erradicar la percepción del ser humano de que mi situación no es la ideal. No se puede eliminar esa percepción. Ahora bien, el ciudadano más pobre de EEUU hoy tiene a su disposición el acceso a más riqueza de la que tenía un multimillonario en los años 20. Por supuesto, su percepción, la de ese ciudadano, es que no puede estar peor, pero eso no coincide con la realidad. 


De hecho, se ha dicho mucho que la generación actual de jóvenes es la que peores condiciones de vida ha tenido en la historia. Pero yo, desde mi perspectiva biográfica e histórica, no puedo suscribir esa afirmación de ningún modo, porque es falsa en todos los sentidos. Falsa, por los bienes y servicios a los que se tiene acceso hoy; falsa, por el fácil acceso a información y conocimiento que se tiene hoy en día; falsa por el acceso a la sanidad que se dispone; falsa, por lo que se refiere a la longevidad,....


El problema es que, cuando se hace análisis económico desde un punto de vista emocional, se cae en tres errores que recojo en mi libro “Libertad o igualdad”: 


  1. El presentismo que consiste en decir que nunca hemos estado peor que ahora. En definitiva, exagerar el presente. 
  2. La distopía que consiste en mirar el futuro desde una óptica apocalíptica (no va a hacer tierra, aire, agua, petróleo, trabajo,...). La exageración del presente y del futuro conlleva una delegación directa de mi responsabilidad a este respecto. 
  3. La nostalgia que consiste en el hecho de señalar que en tiempos pretéritos se vivía mejor que ahora. 


Son tan empíricamente falsos los tres errores que siempre señalo a mis alumnos que hace 20 años que nos hemos quedado sin petróleo, sin trabajo, y sin agua. Porque si te tomas en serio todas las estimaciones que hacían los grandes científicos en los años 90, estos señalaban que para el año 2000 acontecería un crush tecnológico que acabaría con todo. Y sin embargo, podemos constatar cómo esto no ha sucedido así. 


Igualmente resulta un error apreciar de forma desmesurada el pasado. A este respecto, me señalaba Yanis Varoufakis en una charla que los aborígenes que vivían en Australia, antes de que llegara la civilización, eran personas muy felices, que vivían muy bien. Pero esto no es así, porque primero en una sociedad aborígen como aquella, nuestra esperanza de vida se habría visto reducida drásticamente (hasta los 20-30 años), las condiciones de nacimiento serían más dificultosas, la presencia de la violencia en la sociedad sería más acusada,... En este sentido, exagerar la nostalgia constituye una postura muy cómoda pero poco realista, porque si ha habido una sociedad con las mayores cuotas de bienestar, ésa es la nuestra.  Y no solo eso, sino que la nostalgia excesiva constituye una exageración deliberada con un objetivo ideológico: intentar convencer a los jóvenes de que el sistema capitalista es malo y que el sistema socialista, que se compara con sus intenciones y no con sus resultados, es bueno. Y si no funciona éste último, es porque no era verdadero socialismo. 


  1. ¿Cómo podría implementarse una lógica de la solidaridad (del don) en la economía sin apelar a concepciones intervencionistas o estatalistas? 


El capitalismo es solidaridad. No existe, no puede existir un sistema capitalista que sea insolidario. Puede existir alguna persona en el sistema capitalista que sea insolidaria, pero la competencia, la tecnología y la propia decisión voluntaria de hombres y mujeres libres en sociedad desplaza a esas personas a medio y largo plazo. De hecho, el sistema capitalista no puede funcionar sin solidaridad.


Y la idea de que la solidaridad tiene que venir impuesta es una falacia de nuevo del socialismo. Cualquier persona que haya hecho experiencia de una catástrofe natural habrá podido comprobar cómo la tendencia natural del ser humano es ayudar y ser solidario con sus congéneres y con las personas más cercanas, incluidas personas que no conoce de nada y no ha visto en su vida, como ocurrió con los ataques del 11- S, donde hubo muchas personas que arriesgaron su vida por otras personas a las que no conocían de nada. 


Por su parte, el socialismo trata de convencer a todo el mundo de que la naturaleza del ser humano es egoísta y malvada y que la única manera de evitar el egoísmo y el mal inherente al ser humano está en la imposición de la solidaridad por parte de un grupo de élites políticas. Esto constituye una falacia, además de una inmoralidad, porque si partimos de la base de que el ser humano es malo por naturaleza, ¿cómo podemos creer que un grupo de seres humanos egoístas y malvados que toman el poder van a ser los que permeen de solidaridad la sociedad? 


El ser humano, individuo libre, es mucho más solidaridad, mucho más solidario que la masa. De hecho, al convertir a la sociedad en masa, lo que hace el socialismo es precisamente empezar a convertir al ser humano en un daño colateral perfectamente asumible como, por ejemplo, no hay suficiente grano para el invierno, dejemos que mueran 10 millones de personas. Total, son números, como decía Stalin. 


En contraposición, el capitalismo sólo puede ser solidario. Si no es solidario, no funciona, porque el capitalismo para que funcione tiene que ser un sistema en el que la inmensa mayoría en su fuero interno y en su acción humana diaria perciba que hay un beneficio individual y colectivo. La razón por la que los ciudadanos escapan de estados socialistas y por la que los estados socialistas ponen barreras para que sus ciudadanos no se vayan es precisamente que en ellos no se da esa percepción. De hecho, la grandeza del sistema capitalista, mejorada por el ingenio humano y su capacidad de queja, le permite hacer muchas más cosas con muchos menos recursos. En pocas palabras, fomenta la productividad y eso ha hecho que no nos quedáramos sin recursos. 


En resumen, el capitalismo es la solidaridad. No hay nada más insolidario que el socialismo porque de entrada parte de la base de dos inmoralidades: 


  1. Negar la naturaleza humana inherentemente buena y solidaria. 
  2. Convertir al ser humano en un daño colateral de los objetivos políticos de la élite. 


  1. El COVID- 19 parece haber puesto a prueba la solidez de nuestras formas de organización política, social y económica. ¿ Qué aspectos de estas formas de organización han quedado más dañados?


En primer lugar, es necesario subrayar que tras año y medio de pandemia no se ha dado en el mundo problemas de desabastecimiento ni tampoco de hambruna. Además, hemos conseguido no una ni dos sino hasta seis vacunas contra el COVID-19, un hecho insólito en nuestra historia. 


Con esto quiero retomar el tema del presentismo del que dábamos cuenta antes: si nosotros pudiéramos traer del pasado a una persona de cualquiera de las pandemias que han tenido lugar en la historia, se quedaría perplejo ante nuestro alarmismo. El motivo de su perplejidad estaría en nuestra queja exhibida y exagerada por una pandemia en la que en menos de un año se ha desarrollado vacuna, en la que no ha habido desabastecimiento, en la que no ha habido hambruna, y en la que además todo el sector productivo se ha mantenido intacto.


Ahora bien, es muy cómodo para los políticos decirle a los ciudadanos que esta pandemia es lo peor que ha pasado en la historia. De este modo, los políticos han podido justificar sus malas decisiones ocultándolas bajo la apariencia de extrema gravedad de los acontecimientos que estábamos viviendo.  


Pero vayamos al fondo: ¿Por qué se ha destruido la economía en el año 2020? No se ha destruido ni por un cataclismo ni por una devastación financiera. Se ha destruido la economía porque los políticos la cerraron por decreto basándose en una decisión política. De hecho, en cuanto la han reabierto, nos hemos recobrado hasta tal punto que el 80 % de los países de nuestro entorno se han recuperado ya en el 100% de la caída del año 2020. Esto no tiene precedentes en la historia. No hay ninguna pandemia en la historia que no haya durado 8, 10 o incluso 20 años. 


Por eso, recalco la importancia de no exagerar por conveniencia política. La evidencia real es que las empresas y los sectores productivos se han adaptado maravillosamente a la pandemia. Y la realidad es que el gran efecto negativo de la pandemia sobre la economía vino dado por las decisiones políticas. Empero, el gran efecto positivo sobre ella ha sido la decisión de reabrirla. En definitiva, si se obliga a la gente a encerrarse en casa, es normal que se destruya la economía. 


Por otra parte, la idea de que el Estado ha protegido a los más desfavorecidos durante la pandemia no se ajusta para nada a la realidad. En primer lugar, porque lo que ha favorecido la ruina económica de muchas personas ha sido la decisión política de cerrar la economía. No hubieran sido necesarios los ERTEs en España si no se hubiera clausurado la actividad económica durante no solo uno sino cuatro meses. 


Es más, la concepción según la cual el Estado te está protegiendo de un problema creado por el propio Estado, por otra parte, es muy propia de los políticos. Si a un político se le dan poderes de emergencia, este va a buscar enfatizar la emergencia (emergencia sanitaria, climática,...) para de este modo incrementar sus poderes. En este sentido, cualquier pretexto es bueno para el político con tal de conseguir que los ciudadanos le otorguen más poder a cambio de ceder entregar ellos su libertad y también su dinero.   


Además, la evidencia de la falsedad de este Estado aparentemente protector la tenemos en los países que han salido mejor y con menos impacto de la pandemia. La tenemos en Corea del Sur, Taiwan, EEUU,.... que con regímenes mucho más libres, con muchísima menos intervención del Estado y con muchísimo menos gasto no solamente han salido antes de la crisis sino incluso más reforzados. 


Lo que pasa es que para el burócrata intervencionista resulta más cómodo subrayar el carácter imprescindible e insustituible de su ayuda (ej: los ERTEs) frente a los ciudadanos y las empresas ante un problema que- no olvidemos- el Estado mismo ha generado por sus decisiones. Es más, hay que matizar un asunto: los famosos ERTEs no constituyen una ayuda del Estado, son una ayuda más bien de las empresas al Estado, porque un trabajador en ERTE le cuesta al Estado menos de la mitad que un trabajador en paro. 


Por otra parte, se debe subrayar que las empresas no han necesitado ni necesitan ayudas. Lo que necesitaban, como se ha demostrado en Madrid, Irlanda, Luxemburgo,... es que se les dejase trabajar. Por eso, están colapsando políticamente los que han aprovechado la pandemia para usar la imposición del intervencionismo en Argentina, en las elecciones en España,... Es más, lo que ha demostrado ese intervencionismo no es que las ayudas hayan sido gratis, sino que al contrario se han cobrado y se cobran. 


En este sentido, debemos entender, en primer lugar, que el Estado no rescata a nadie. El Estado vive y se alimenta del sector privado y sin el sector privado no se puede rescatar a nadie. Y, en segundo lugar, el Estado, cuando da ayudas, lo hace endeudándose con los ingresos del sector privado actuales y futuros. Por eso, el Estado no rescata a nadie, solo se rescata a sí mismo y, por otra parte, no existe un sector público que genere ingresos per se. Hemos sido nosotros, los ciudadanos, como individuos libres, los que hemos decidido que haya un sector público, ya que se trata de una decisión colectiva mantenida a lo largo del tiempo, pero sin olvidar que ese sector público viene al 100% de nuestros ingresos. Es por ello que el dinero del sector público no viene de la nada.  





  1. Usted está defendiendo el sistema económico capitalista como solidario y defensor de una naturaleza humana libre y eminentemente responsable frente a un sistema económico socialista, que sospecha de la naturaleza humana y que busca “la creación de un ser humano uniforme creado por ingeniería social”. Esto hace que se vuelva “el sistema más insolidario de todos”. ¿Podría ahondar más en esta idea?




Primero de todo, hay que tener en cuenta que el socialismo, tal y como hemos mostrado, es una imposibilidad económica, porque niega las bases de la naturaleza humana y niega las bases de la creación de riqueza. Frente a ello, uno de los pilares básicos del capitalismo es el ejercicio de la propia responsabilidad (la de cada uno), a la que se opone el socialismo. ¿Cómo? Atribuyendo todo el poder para cambiar y transformar las estructuras económicas y sociales a un grupo de una élite política, cuya actividad resulta mucho más impredecible y peligrosa para el conjunto de la sociedad. 


De hecho, la visión de Gramsci a este respecto encaja con la creación de esa élite política basándose en el presupuesto de que los que cuenta con menos recursos tienden en su voto hacia posiciones conservadoras que no les dejan discernir sobre sus propias necesidades. Por ello, tienen que venir los intelectuales, muchos de ellos, hijos de gente rica, a decirles qué es lo que realmente necesitan y a señalarles aquello que precisamente no tienen. Esa es la tesis de Gramsci y, por otra parte, del populismo, propia de clases más favorecidas a las que las cosas les han venido dadas más fácilmente que a aquella gente trabajadora y emprendedora que ha luchado por levantar sus empresas y conoce de primera mano que la riqueza no es una idealidad que yo pueda manejar a conveniencia, sino que constituye el fruto de un trabajo serio, esforzado y responsable.  


Y no solo eso, el hecho de que esa élite política mantenga esta perspectiva socialista en su manera de entender la organización de la sociedad tiene que ver en el fondo con los incentivos, con sus propios incentivos. Muy poca gente vive mejor que alguien que está cerca del poder político en un sistema socialista. No hay más que mirar a Venezuela o a los que están cerca de los Castro en Cuba. Por tanto, hay un clarísimo incentivo económico, que se refleja en los amplios beneficios que obtienen aquellos intelectuales que defienden las tesis socialistas. En suma, cuanto más tu posición ideológica esté cerca del poder político, más favorecedora se vuelve  tu propia capacidad lucrativa. 


En mi experiencia- y eso que me he dedicado al sector financiero, uno de los más lucrativos-, nunca he conocido a nadie que amase tanto dinero como le ha ocurrido a muchos de los políticos de izquierdas. Y ello porque es enormemente lucrativo ser aparentemente antisistema y anticapitalista. En este sentido, hacer pobres a los demás constituye una actividad enormemente provechosa para aquel que la realiza. Además, tiene toda su lógica. Si uno mantiene un punto de vista económico extractivo, y en consecuencia si uno piensa que la riqueza es algo estático e inamovible, lo más razonable es la búsqueda del acceso al poder político para tener la mayor cercanía posible a esa riqueza. Luego como esa riqueza es estática, lo que haya que repartir de esa riqueza podrá distribuirse conforme a sus propios criterios “igualitarios” ya planificados previamente. 


Pero la evidencia práctica no hace sino confirmarnos que el socialismo fracasa, porque parte de una postura inmoral, que es aquella según la cual el robo, la sustracción de propiedad legítimamente conseguida,  está justificado. 







Daniel Lacalle
Economista
Doctor en Economía, profesor de Economía Global y Finanzas, además de gestor de fondos de inversión. Licenciado en Ciencias Empresariales por la Universidad de Madrid, posee el título de analista financiero internacional CIIA y postgrado en el IESE.
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