4/4/2022
El encubrimiento de la verdad en nuestro mundo moderno
Jorge Martín Montoya Camacho
El desvelamiento de la verdad solo acontece en la relación que se establece entre la subjetividad, la naturaleza humana y la vocación personal.

¿Qué ocurre con la valoración subjetiva de la verdad, como aprehensión y transmisión sincera y elocuente de lo que pensamos, sin ánimos de encubrir nada, en nuestro mundo moderno? ¿Es posible que la configuración de nuestra sociedad nos lleve a fijarnos en valores menos relevantes que otros que sí lo son, haciendo que la verdad de la realidad se vea afectada sin que pensemos lo suficiente sobreello? Si ese fuera el caso, ¿qué tipo de análisis gnoseológico podría desvelar esta dolencia antropológica y ética? 

Estas cuestiones son las que hemos tenido en mente, junto con el profesor José Manuel Giménez Amaya, en los momentos de pensar, reflexionar, dialogar y escribir Encubrimiento y verdad: algunos rasgos diagnósticos de la sociedad actual,publicado en EUNSA. Las líneas que siguen a continuación son parte de las ideas de esta obra.

 

Un reclamo de la realidad a través de la filosofía: pensar

El profesor de la Universidad de Navarra, Sergio Sánchez-Migallón, en el prólogo de la publicación mencionada advierte algo importante, una actitud vital con la que todos los seres humanos debemos estar comprometidos, la responsabilidad para afrontar la búsqueda de la verdad.

 

Resalta este aspecto unas palabras del catedrático de la Universidad Pontificia Comillas Miguel García-Barón, en las que se advierte «La filosofía es siempre el empeño por tomar sobre sí, cada uno, la plena responsabilidad respecto de las verdades en las que está sosteniendo a diario su vida. Lo que supone prestar infinita atención a los demás seres humanos e incluso a la realidad toda, porque esta voluntad de responsabilidad, de lucidez y de verdad se suscita sobre todo a la vista de lo fácil que es dañar a las personas y cosas cuando se deja uno viviren la irresponsabilidad, en la ignorancia, en la pereza».

 

El pensar humano en su radicalidad, por tanto, se dirige a empeñar las capacidades humanas, el propio interés, por ir hasta las fuentes de sentido de las verdades que son esenciales en la vida de cada uno de nosotros. Cosa diferente es que en la ejecución de esta tarea el éxito pueda estar garantizado, y, de hecho, no lo está, del mismo modo que en la vida no basta con decidir. La ejecución tiene su complejidad y está sujeta también a factores que están más allá de las propias fuerzas. En todo caso, aunque no esté garantizado el éxito de la aventura de explorar tales verdades, siempre vale la pena intentarlo.

 

La actividad intelectual del ser humano, en este sentido, nos dirige a todos un reclamo, que nadie se puede arrogar de modo particular, sino que viene de la vida misma cuando esta es pensada: hay que filosofar, pero no solo en el sentido estricto del saber propagado por Sócrates, Platón y Aristóteles, aunque esto es muy importante. Sino que se trata, de alguna manera, de una obligación para detenernos y pensar en profundidad, cada uno, y dialogar. Filosofar por responsabilidad –como suele decir García-Baró–, una responsabilidad que, por supuesto, surge del amor a la verdad. Pensar por responsabilidad la realidad y el mundo en el que nos encontramos, contra las modas, o en algunos casos a favor de ellas. Porque la cuestión no es si algo es una moda o no, sino, más bien, si nos movemos exclusivamente por ellas de un modo superficial; y si es así, surge esa llamada imperativa de la realidad hacia nosotros para intentar pensar con profundidad, como personas implicadas en la vida humana en general, especialmente cuando se puede percibir el mal, la injusticia, el poder arbitrario, la mentira o la manipulación. Que pueden darse, incluso, sin advertirlo.

 

Decía el profesor García-Baró, hablando de Husserl en una conferencia, que no basta nacer a la verdad, es decir, que no basta estar en un lugar en donde se sepa que lo que se dice, o lo que se transmite a través de determinados foros, corresponde con lo bueno y recto, aquello que puede satisfacer la vida humana.Es decir, no basta con la quietud complaciente del que piensa que está en la verdad, porque eso puede devenir rápidamente en comodidad y pereza, por no decir también soberbia, y por tanto en falta de advertencia de lo que es importante. No basta con vivir la verdad de un modo ingenuo, sin pensarla, sin correr el riesgo de ir más allá de las propias posibilidades de aprehenderla. Más bien, la responsabilidad frente a este hecho es implicarse más en esas verdades para que éstas obren en nosotros una transformación. Leer más, estudiar más, dialogar más para que esa verdad realmente nos transforme.

 

Un sutil impedimento gnoseológico en el mundo moderno

En cuanto al análisis de nuestro mundo moderno, a través del libro Encubrimiento y verdad: algunos rasgos diagnósticos de la sociedad actual, hemos intentado arrojar algo de luz para desentrañar las razones profundas de nuestro actuar en este momento de la historia.

 

Se trata de razones que hunden sus raíces en una vitalidad que viene desde el mismo momento en que el hombre empieza a pensar, a ser propiamente humano. Una vitalidad que tiene unas características en el mundo antiguo, otras distintas, por supuesto, en el Renacimiento (donde podría ser situado el nacimiento de la Modernidad), pero que ya había adquirido una fuerza especial en la Alta Edad Media, y la serie de cambios que se dan en ella, en la búsqueda de una mayor libertad para la reflexión intelectual. Dinámica de la que el fruto maduro son las Universidades, como espacios para fomentar el saber[2].

 

Esta vitalidad no ha desaparecido con el tiempo, sino que está imbuida en ese deseo humano de conocimiento. Más bien, ha sufrido una modificación en cuanto a su objeto, el cual se ha vuelto más empírico y sensible. Se ha llevado a cabo, conesto, una reducción del horizonte sobre el que esa vitalidad ha deseado volcarse, y muestra de ello han sido obras como las de Thomas Hobbes y Francis Bacon, que han terminado por configurar nuestro modo de pensar la realidad.

 

El avance en el tiempo a través de esa vitalidad de saber, pero con un horizonte reducido, ha terminado por fragmentar los intentos humanos de descubrimiento de la verdad. Tantos intentos como propuestas, tantas teorías como deseos de desentrañar el fondo de la realidad. Por eso, en este mundo que ahora podríamos llamar posmoderno, proliferan las grandes incongruencias del sentido de la vida que hacen difícil compatibilizar el poder y la verdad, la vida y la muerte, el progreso y la justicia. Que son los grandes retos sobre los que nos toca ser responsables.
 

Sabemos, por supuesto, que no es fácil caracterizar las raíces de la situación de nuestro mundo, con sus bondades, y maldades, con sus brillos y oscuridades. Que no quiere decir esto que se identifique el brillo con el bien, puesto que hay brillos que ciegan, y que impiden ver, pero sobre todo que limitan comprender con profundidad la realidad. Algo de esto identificamos en los valores que maneja nuestro mundo moderno: no sólo oscuridades, sino también algunos brillos que ciegan y encubren –en cierto modo– verdades importantes que se pasan por alto, y que son parte del sentido de la vida humana.

 

¿Cuáles son las consecuenciasde estos impedimentos gnoseológicos?

La primera consecuencia de lo que acabamos de indicar se podría enunciar como una complejidad, teñida de ambigüedad, de contradicciones, que se encuentra especialmente en los campos enunciados de la antropología y de la ética.Verdades que brillan, pero que se encubren entre sí, dando apariencia de que pueden ser aceptadas sin más, sin una ponderada reflexión de cómo deben ser ajustadas cuando son referidas a todo lo que rige la libertad humana, el respeto por la vida, y el uso de un poder enfrentado a lo que se presenta como verdadero, incluso con evidencia. Al respecto, por ejemplo, se aprecia una gran ambigüedad en el uso moderno de la palabra «dignidad», que en los diversos discursos públicos parece servir, de modo contradictorio, tanto para defender la vida, como para intentar acabar con ella.

 

La segunda es que percibimos un mundo global en donde la velocidad de cambio–especialmente desde la perspectiva tecnológica– produce una valoración siempre provisional de las propias experiencias cognitivas, afectivas y desiderativas;y, por tanto, un desajuste con el contexto antropológico y ético en el que deben ubicarse. Al respecto, en el libro es posible encontrar todo un capítulo que ilustra estas complejidades.

En tercer lugar, observamos que es cada día más frecuente comprobar cómo los individuos y las sociedades se encuentran conviviendo con situaciones en las que el límite que separa el bien del mal parece haberse borrado. La consecuencia de esto es una indiferencia moral por la falta de puntos de referencia común para contestar a la pregunta sobre qué es el ser humano. Valores como el vitalismo metabólico, el deseo de vivir siempre con una salud plena e inquebrantable, y los esfuerzos para conseguirla, encubren otras importantes realidades relacionadas con el cuerpo: la importancia de atender compasivamente a la fragilidad física del ser humano, en la enfermedad y la vejez, en sus condiciones de sufrimiento, hasta los últimos instantes de la vida.

Y, en cuarto lugar, se ha producido, especialmente en el mundo occidental, y en países de arraigada tradición cristiana, un descenso muy notorio de la práctica religiosa, y de las convicciones morales estables y duraderas que han regido la vida de las personas durante mucho tiempo. En este sentido, es importante la reflexión sobre qué toca a los cristianos hacer en esta situación, cómo pensar y actuar con esperanza.

 

¿Cómo se ha generalizado esta situación de encubrimientode verdades relevantes?

Cuando intentamos determinar cómo se ha llegado a todo esto, nos concentramos en tres puntos que nos han parecido importantes para la comprensión del encubrimiento de tales verdades fundamentales para la vida humana.

 

En el primer punto, siguiendo a Joseph Ratzinger, posteriormente Benedicto XVI, hablamos de una libertad que es valorada, por nuestro mundo contemporáneo, como una realidad que podría sostenerse sobre sí misma[3].Es decir, pensar que el auténtico fin de una comunidad, de la sociedad, o de cualquier grupo humano, consiste en otorgar al individuo la capacidad de disponer de sí mismo. Hacer que la vida social esté dirigida a conseguir las condiciones para que el sujeto pueda prescindir de los demás. Sin embargo, de este modo la sociedad no tendría ningún valor intrínseco, sino que existiría, casi exclusivamente, para que el individuo pueda ser, simplemente, él mismo. Esto terminaría por conducir a la anulación de la propia libertad del individuo, ya que cuando esta carece de contenido moral, y es colocada como el fin más alto dentro de la sociedad, deviene en violencia y opresión para los otros, especialmente para los menos fuertes, los indefensos, aquellos que no pueden valerse por sí mismos. Criticamos la idea de ser libre para ser libre, independientemente del contenido moral de la libertad que, de esta forma, decae en un llano individualismo.

 

El segundo punto en el que nos concentramos fue el progresivo abandono de la idea de «vida», siguiendo al filósofo Robert Spaemann[4].Un abandono que se fragua a lo largo de la historia de la Modernidad. Consiste,básicamente, en dejarse seducir, hipnóticamente, por el poder que encierran las ciencias empíricas y su método, lo cual habría llevado a establecer la preminencia de la idea de «dominio». Con esto, la modernidad habría reducido la relación entre el sujeto y la realidad al uso de un poder extrínseco, y al dominio sobre un mundo que es asumido como algo inerte. Pensamos que estas concepciones modernas imprimieron una huella en el modo humano de conocer el propio entorno, encubriendo u oscureciendo la verdad que encierra la reflexión sobre la «vida», reflexión que había impregnado el pensamiento humano en el pasado.

 

El tercer punto en el que nos concentramos fue el encubrimiento de los fines racionales de la voluntad humana. Con un sujeto lleno de deseos de conocer y dominar la realidad, mareado por el poder que las ciencias le ofrecen, sus posibilidades de reflexionar sobre el sentido de su propia vida se verían reducidas. Esto se habría llevado a cabo por el ajuste del objeto hacia lo empírico y sensible, como ya hemos advertido, pero también por el efecto de que el ser humano tendría mermadas sus capacidades, intelectuales y volitivas, en medio de un mundo que contiene fuerzas, más poderosas en su conjunto que las de cualquier individuo. Fuerzas que quieren hacer de él un sujeto emotivo, de impulsos sensibles, de respuestas medibles y predecibles. Un buen comprador,capaz de inclinarse hacia quien le pueda prometer la satisfacción de sus deseos.

 

La modernidad: un proyecto que hay que superar

Lo explicado hasta este punto, en general, resume el reto de por qué es importante la búsqueda de la verdad, y por qué no debemos cansarnos de intentar llegar a ella; y desvelarla en nuestro mundo moderno para liberarlo de un proyecto que–como dice el profesor Rémi Brague– ha fracasado, cuando menos en sus aspectos éticos, y en su respuesta a la pregunta sobre qué es el ser humano [5]. Es cierto que la modernidad nos ha aportado una reflexión sobre el mundo subjetivo que no ha tenido precedentes en la historia del pensamiento, pero también parece claro que no ha podido alcanzar el enlace con lo que puede trascender al propio ser humano, ni afirmarlo en el paso seguro que le brinda su propia naturaleza.

Como ejemplo de ese interés por desvelar la verdad en todas estas dimensiones, la portada del libro Encubrimiento y verdad: algunos rasgos diagnósticos de la sociedad actual, presenta el cuadro Aquiles descubierto por Ulises y Diómedes –obra magnífica, realizada en el taller del célebre artista Peter Paul Rubens entre 1617 y 1618–, donde se plasma un momento de desvelamiento de la verdad por efecto de la fuerza natural. La escena ha sido tomada de diferentes tradiciones posteriores a la Ilíada –epopeya de valor perenne, perteneciente a Homero– que han permanecido en la historia a través de diversos mosaicos antiguos, griegos y romanos. En ellas se sigue la trama homérica en la que se cuenta que la profecía, que ha sido vaticinada para Aquiles, predice su muerte en Troya.

 

Pero los oráculos afirman, también, que la victoria por parte de los griegos no podrá ser alcanzada sin el auxilio de este guerrero. Aquiles trata de esquivar su destino, y por este motivo es refugiado por su madre en la corte del rey Licomedes. Sin embargo, Ulises y Diomedes, guerreros griegos enviados para llevar a Aquiles al frente de batalla, y conocedores del ímpetu del joven escondido, ejecutan una trampa: mostrar una espada ante los ojos de la corte. Aquiles no puede resistir la fuerza de su propia naturaleza, aquello que ha sido siempre el soporte esencial para encontrar el sentido de su vida, aquello a lo que está llamado en esta vida, y empuña la espada; y, con ello, queda revelada su verdadera identidad.

 

Nos ha parecido que esta imagen es una buena síntesis de algo que se ha perdido en esta modernidad en que vivimos, y que es parte fundamental del desvelamiento de la verdad: la intrínseca relación que tienen la subjetividad, la naturaleza humana, y la vocación personal como parte de ese reclamo de la vida por pensar una realidad que encierra una gran trascendencia. Este es el camino para el descubrimiento de la propia identidad humana en este mundo, y que abre el horizonte de la esperanza. Plantear con profundidad esta reflexión es una de las tantas tareas importantes que tenemos por delante.
El texto es una versión adaptada de una parte de la presentación del libro «Encubrimiento y verdad:algunos rasgos diagnósticos de la sociedad actual», evento que se llevó a cabo el 20 de octubre de 2021, en el marco de los seminarios del Grupo Ciencia,Razón y Fe (CRYF) de la Universidad de Navarra.


[1] García-Baró,M., Descartes y herederos:introducción a la historia de la filosofía occidental, Salamanca: EdicionesSígueme, 2014, p. 11.

[2] Vid. Murillo, J. I., «¿Qué es la modernidad? Una revisión de nuestra conciencia de época», Europa, cura te ipsam. Essays in honor of Rémi Brague, Grimi, Elisa (ed.), Roma:stamen, 2021.

[3] Cfr. Ratzinger, J., Verdad,valores, poder. Piedras de toque de la sociedad pluralista, Madrid: Rialp,2012, pp. 81-84.

[4] Cfr. Spaemann, R., Sobre Dios y el mundo: una autobiografía dialogada, Madrid: Ediciones Palabra,2014, p. 375.

[5] Vid. Brague, R., El reino del hombre: génesis y fracaso de un proyecto moderno, Madrid: Ediciones Encuentro, 2016.

Jorge Martín Montoya Camacho
Ingeniero y filósofo
Ingeniero industrial y doctor en Filosofía (2015), profesor adjunto de Historia de la filosofía contemporánea y profesor titular de Antropología filosófica y ética en la Universidad de Navarra desde 2017.
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